diciembre 27, 2006

Como parte de la apertura democrática liberal de los últimos años, de forma sistemática los medios de comunicación se han interesado en la realidad de las prostitutas. Lo curioso es que casi nunca los entrevistadores saben con claridad qué hacer con ellas, por cierto no son condenadas, y no creo que deban serlo. En una entrevista de televisión, en la que una prostituta contaba su vida, decía que había escogido la que llevaba pero que no quería lo mismo para sus hijas. El programa comenzaba con el lugar común de: “la profesión más antigua del mundo”. En el camino se presenta a una joven que no sólo no es feliz, sino que reconoce que no tuvo otras posibilidades para realizar su concepto de “estar bien”, menos de “ser feliz”.

Para algunos, el tema se reduce sólo a un problema estético: dónde colocarlas para “que no se note”. O, desde el punto de vista policial, cómo concentrarlas para controlar mejor a las bandas criminales que conviven con este negocio.

Enfrentar este problema social requiere de una mirada distinta de la que se ha tenido en este y muchos otros temas vinculados a la mujer. Quienes apoyan la existencia de la prostitución, reducen, en general, el problema a una cuestión teórica de “elección”. En realidad, como señalan las afectadas, las prostitutas no han tenido acceso a la posibilidad de elegir, porque no son muchas las alternativas que tiene una muchacha de origen pobre y de bajo nivel educacional de llevar un nivel de vida como el que muestran algunas de ellas en estos programas.

Hoy, vender sexo es legal o está despenalizado en casi todos los países del mundo. Y, en torno a este negocio, se mueven a diario millones de dólares. En estas condiciones no es fácil la tarea de hacer justicia. Se requiere, en primer lugar, la decisión de enfrentar el drama de la desigualdad de la mujer en todas sus formas.

La prostitución no es tan antigua como algunos creen. La palabra viene del latín, pero no de pro-sto o pro-stare, que significa estar a la vista, estar en venta, sino que se ha formado a partir de pro-statuere -colocar-, lo que determina que hay alguien tras ella, un agente, alguien que la pone a la venta, alguien que trafica con ella.

Mucho antes que prostitutas había alfareras, agricultoras y muchas otras labores en sociedades donde nadie se podía imaginar el cobrar o pagar por sexo. Para que hubiese prostitución no sólo debía haber comercio, sino que tenía que haber mujeres que estuviesen dispuestas por alguna causa a vender su cuerpo. Más allá de su etimología, es relevante la diferencia de la prostituta que lo hace sólo para beneficio personal de la que tiene un proxeneta que profita de su labor.

Sin duda, el camino de la prostitución fue complejo y ha de haber tenido variadas vías de acceso en las diversas culturas. Sin embargo, podemos hacer algunas afirmaciones: es probable que ha de haber requerido la consolidación de la institución de la pareja, monógama o no, en que el varón se hizo cargo del sustento de su mujer y sus hijos. Este paso es decisivo para la expansión demográfica, porque el esposo descargó a la mujer del esfuerzo de la búsqueda de alimento, lo que posibilitaría el aumento considerable del número de nacimientos.
Esta división de roles pudo originarse en la presión del entorno debido a la disminución de los recursos, u otro tipo de tensiones ecológicas o sociales. Pero con esta revolución patriarcal apareció la desigual división de los sexos, quedándose la mujer en su papel exclusivo de procreadora. Entonces, intercambiaba su disponibilidad sexual permanente al hombre, a cambio del sustento.

Con el fin de su independencia, la mujer perdió la posibilidad de autorrealizarse por otras vías diferentes, (el trabajo o cualquier otra tarea libre) a excepción de la maternidad. Esta nueva relación viene acompañada del establecimiento de la institución de la herencia patrilineal, con la que la mujer quedó excluida de la propiedad del suelo y de las labores agrícolas. La subordinación femenina fue completa. Así fue perdiendo paulatinamente su influencia y su estatus, su poder político y religioso, hasta quedar sometida por completo al varón, reducida a la maternidad y relegada al interior de la casa, aislada y sólo al cuidado de la infancia. Pasó a no ser nada en absoluto, y así la procreación o la prostitución eran las únicas actividades que podían ejercer.

Siempre hay casos, por cierto, que muestran cómo las mujeres se abrían paso para realizarse en una sociedad dominada por los hombres. En el Antiguo Testamento está el relato de cómo Josué no sólo salva a “una mujer ramera que se llamaba Rahab”, tras la caída de las murallas de Jericó, sino que se casa con ella -Josué 2:1 y 2:6-. También es conocido el caso de Aspasia de Mileto, que fue prostituta antes de ser maestra de Sócrates, de casarse con Pericles y de ser conferenciante en el Pritaneo de Atenas. En todo caso ¿qué otra cosa podía ser en Atenas una mujer extranjera e instruida? ¿Habría tenido acceso alguno al mundo masculino, en cuyas manos se encontraba la dirección política, el arte, la intelectualidad?

Un caso distinto es el de la prostitución sagrada. Estas mujeres vendían o entregaban gratuitamente sus servicios en beneficio del templo al que servían. Las davadasis (servidoras del señor) hindúes cumplían funciones rituales importantes. Heródoto cuenta de una costumbre similar en la antigua Babilonia. Pero parece razonable asumir un origen vinculado con las mismas causas que todas las otras formas de prostitución.

Son millones aún los que no tienen posibilidades de elegir, no sólo mujeres, pero tenemos una responsabilidad especial con ellas. En una sociedad republicana, junto con los derechos cívicos y políticos, existe la posibilidad de conseguir derechos de “segunda generación”, como los han logrado algunos estados llamados de bienestar. Por esto, no fue casual que el Presidente Lula en su primer mensaje hablara de la Renta Básica. Esta es una propuesta seria.
No olvidemos que las teorías de la justicia -como reconocía John Rawls- se concentran únicamente en “los aspectos distributivos de la estructura básica de la sociedad”. Si se quieren tener en cuenta más aspectos se entra en el terreno, más completo, de un “ideal social”. Por cierto, la teoría de la Renta Básica no es la única posibilidad pero es una opción ecuménica, valida para toda sociedad republicana (Daniel Raventos, “La Renta Básica”, Ariel, 2001).

Hoy no me referiré a quienes lo abordan desde el falso dilema del derecho a vender su cuerpo sin considerar que esa persona no tiene posibilidades de elegir, como el abogado que la quiere defender. Hay quienes propician la “legalización de la prostitución”. Antes de referirme a esta “opción”, es bueno tener presente que este concepto no dice mucho, porque implica que la prostitución es ilegal en la mayoría de los países, lo que no es el caso.

La prostitución no está institucionalizada, excepto en Holanda y Alemania, donde es una profesión. El argumento holandés es que “el derecho a la autodeterminación del que goza toda mujer u hombre adulto (…) implica el derecho de esa persona a dedicarse a la prostitución y de permitir que otra persona lucre con los ingresos que ella obtenga”, el “trabajo sexual” remplaza la palabra prostitución, los proxenetas son “intermediarios” y los cliente “consumidores de prostitución”, en el falso entendido de que se trata de una “decisión libre”, que evidentemente no lo es.
El problema en estos países es más complejo, pues si la prostitución en todo el mundo esta asociada al tráfico de drogas y de personas aquí también esta vinculada a otras formas de violencia: 80% de las prostitutas de Ámsterdam son extranjeras y 70% de ellas están indocumentadas. Los estudios demuestran que su legalización condujo al aumento explosivo de la industria del sexo, a una mayor participación del crimen organizado en sus “empresas”, a un dramático aumento en la prostitución infantil, y a un notorio incremento en la violencia contra las mujeres.

Que proxenetas y clientes apoyen institucionalizar la prostitución no es sorprendente, pues pueden obtener mayores beneficios. Pero que logren aliarse con asociaciones de mujeres, que también apoyan la “legalización” pero por razones humanitarias, sólo se puede explicar por una confusión ante conceptos como libertad o elección.

Las soluciones a medias no sirven en una sociedad en que la prostitución nunca ha sido una relación de iguales, y generalmente los efectos de la penalización los sufren las prostitutas y no los clientes. Una solución exitosa y radical la dio Suecia, y en pocos años la cantidad de prostitutas ha sido reducida en dos tercios y la de clientes en 80%. Además, es nula la cantidad de extranjeras que ahora intentan ser introducidas ilegalmente para comercio sexual.

En 1999, luego de años de investigación y estudios, Suecia aprobó una ley que castiga la compra de servicios sexuales y despenaliza la venta de los mismos. La prostitución es considerada un problema social, parte de la desigualdad de género, otro aspecto de la violencia y una forma de explotación masculina contra mujeres, niñas y niños. La estrategia no fue sólo legal, también el Estado entrego recursos para educar al público y, lo más importante, proveyó amplios fondos para servicios destinados a ayudar a prostitutas que querían salir de la industria. El 60% de ellas tuvo éxito en abandonar el comercio sexual.

Lo primero es reconocer que la prostitución es otra forma de violencia, ancestral y devastadora. Lo segundo, es que al inicio del siglo XXI la sociedad debe enfrentarla, ya sea por el camino económico y judicial de Suecia, y/o asumiendo alguna vía que enfrente las desigualdades sociales como la propuesta de la Renta Básica.

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